MAS DE BARBERANS
Fin de semana - 32km - Dificultad alta

8 y 9 de Junio 2013


 

CRÓNICA



Pongamos que hubieran sido dos días completos de travesía, es decir, cuarenta y ocho horas; o sea: 2880 minutos. Cada tic tac en el segundero, por cada paso dado. Muchos pasos, muchos minutos. Dejadme recordar.

Minutos primeros: lo suficientes como para tomar conciencia del chaparrón que aquella madrugada del sábado tuvo que caer por la zona. Muchos charcos, barro y ramas a sortear por los coches, preludio de lo que luego nos encontraríamos al bajar de ellos. Minutos para ver las moles pétreas a las que nos acercábamos, ante las que alguien dijo —¡pues allá que vamos!—… Y allá que fuimos.

Minutos para concienciarnos: —¡pues mira que están altas eh!—… —¡Pues a mí me pesa un huevo!— (se refería, uno, a la mochila); —Pues a mí los dos— (se refería, otro, al dolor de hombros que auguraba). Y alargando nuestras mangas, pues hacía frio; almorzados ya, pusimos rumbo al refugio con el que daríamos, en el mejor de los casos, unas seis horas más tarde (al final fueron ocho).

Minuto arriba: 240 para ser exactos, en los que cada cual, a su ritmo, fue ganando altitud y perdiendo potencia. Eso sí, hubo que conservar cierta agilidad para poder sortear los muchos árboles que viento y nieve, en coalición, habían interpuesto en nuestro camino, tumbándolos de raíz a veces, desgajando sus ramas, otras. Este destartalado panorama sería constante durante los dos días en muchas áreas de la zona.

Minuto abajo: el que se perdió —alguno más— cuando hubo que deshacer camino en busca de una prenda olvidada a medio subir. Y los muchos que siguieron de ida al refugio y con la amenaza constante de la lluvia.

Más minutos: de lluvia (al final nos pilló), también de arco iris (pero más tarde, durante la cena que empezó aún de día). Minutos de sol, de viento, de vapor emanando del húmedo suelo, de nubes bajas. Buscando cobijo a la hora de la comida, encontrándolo en un paupérrimo refugio. Y seguir y seguir hasta dar con el otro, con el de verdad. «Font Ferrera» es su nombre. Allí: cerveza, ducha, cena, cama, desayuno.

Minutos suspensivos: los que siguieron a la animada cena. —«¡Cuidau que el vi d´ací és cabut!»—, alguno no lo escuchó. Los que costó que prendiera el «cremaet» típico en las cenas CEB, y también en algunas comidas. Los de la risa ante las peripecias del vampiro de Teruel, que suplicó la muerte harto de tanto estacazo poco certero (sólo para el vampiro). Los que trascurrieron in albis en busca de un dormir reparador que no llegó. Equilibrios en la noche para bajar, en condiciones precarias, de alguna de las literas; muy duras, de esas que dicen que son buenas para la espalda. Dicen.

El día después. Tic tac, tic tac… (más minutos): lávate la cara, llena agua en tus botellas, desayuna y regálale a tus hombros el dulce posar de una mochila, que supuestamente debiera pesar menos que en el día de ayer. —¡Me duele un huevo!— (se refería, nuevamente, a la mochila sobre sí). Foto de grupo y… ¡cinco horitas de pateo!; pero sin apenas lluvia, pero entre árboles destrozados —igual que ayer, ya lo dije más arriba—, pero con una bajada más tendida, pero sin demasiados peros; sobre todo ante los chuletones y entrecots puestos en mesa finalizada ya la anda-dura.

¿Quedan minutos por ahí?

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