NOCTURNA A LA SIERRA DE ESPADÁN
Nocturna - 9km - Dificultad media

12 de Abril 2014


 

CRÓNICA



Hay botones que nunca deberían ser apretados; como, por ejemplo, uno pequeñito que se encuentra, con muy mala idea, no demasiado lejos del botón disparador de la cámara fotográfica. Apretándolo tan sólo una vez, convierte unas estupendas fotografías —quizá no tan estupendas— en unas minúsculas fotos reducidas a un tamaño y calidad para nada acordes a la importancia del contenido. ¡Ese «simpático» botón fue apretado!, no puedo más que lamentarlo. Una lágrima que no veis recorre ahora mi mejilla —nótese la hipérbole—.

Hay teclas que nunca deberían sonar: la tecla de una rodilla que no aguanta el encuentro con la desnivelada montaña, la de un estómago que se revuelve en exceso y otorga al sufrido propietario una sensación, perdonadme la tosca expresión, «para cagarse». La tecla del desfallecimiento tampoco es grata. En próximas ocasiones, por favor, dejemos las teclas para los pianos y similares instrumentos.

Hay nocturnidades que están muy bien; por supuesto las hay de mejores —según grado de intimidad y compañía—, pero esta, tan colectiva, tan zigzagueante, tan hacia arriba y sudorosa, es difícil de superar:

En esta ocasión se buscó aposta que la noche presidiera toda la ascensión, a diferencia de otros años en que ésta se abatía sobre nosotros a media subida. No hubo, también a diferencia de otros años, foto de grupo al comienzo; tampoco la habría al final, pero eso entonces no lo sabíamos y se confió en sacar la bandera ya de madrugada. Los 27 que nos dimos cita, comandados por la reflectante organización nos pusimos a caminar alejándonos de la población de salida, Alcudia de veo, alejándonos también de la carretera que en los primeros minutos nos fue de utilidad hasta alcanzar la senda que, sin compasión, subía, subía y volvía a subir.

Frontales de diferentes calidades y destellos, algunos cegadores —«en el Lidl a diez euros, que lo sepáis»—, serpentearon por la empinada cuesta. Dos horas exactas después del inicio, la subida concluía en los 1100 metros aproximados de la cumbre del Espadán. Atrás habíamos dejado innumerables gotas de sudor, algunos traspiés, bastantes calambres y jadeos de lo más variados, así como un sinfín de conversaciones interesantes y amenas. Conversaciones que delataban presencias. Hasta que uno no abría la boca, no sabías sin andaba a tu lado, muy por delante o por detrás; identificando voces identificabas posiciones. Quien no habló, fue como si no existiera... ¡cosas de la noche! Ya en la cumbre, en la «trascumbre» valdría a decir, nos adocenamos juntitos para que no se escapara demasiado el calor ni alguno de los alimentos que de mano en mano acabaron de boca en boca: bota de vino, té sin azúcar —«estos hombres es que no se enteran ¡mira que olvidarse de echarle azúcar!»—, chocolatinas, frutos secos, palmeritas caseras, petaca de coñac y café excesivamente caliente.

Sin dejar que el frío penetrara demasiado en los huesos comenzó el empinadísimo descenso hacia Aín, menos dificultoso que en otras ocasiones gracias al rudimentario escalonamiento acometido en su parte más desbastada por el pisar humano. Luego llegaría el rosario, muy propio quizá de ese Domingo de Ramos recién iniciado. Rosario de malestares, dolores y agonías. Un coche escoba barrió para casa a los más afectados y todos llegamos salvos a nuestro destino.

Atrás quedó una Plana de Castellón iluminada cual alfombra, para un cenador artesonado con luna cuasi plena y tímidas estrellas.

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