XERESA, SUBIDA AL MONTDÚVER
Circular de todo el día - 16km - Dificultad media/alta

15 de Noviembre 2015


 

CRÓNICA



Se cumplió, y a la tercera fue la vencida; el Montdúver no podrá dormir una noche más sin saber de nosotros...

Estuvo a punto de no ser, esta tercera intentona, la definitiva. Nos jugaría una mala pasada el habernos pasado la carretera conveniente. Acabamos los tres coches cerca de la cárcel de Picasent... rápidamente había que elaborar un plan de fuga, y éste estaba claro: apretar el acelerador y cambiar de rumbo. Lo conseguimos y llegamos con no demasiado retraso a donde queríamos, al encuentro con dos calvarios, el de verdad, en una calle de Xeresa, y el figurado, allá a lo lejos, allá en lo alto: Montdúver. Ochocientos metros el uno del otro... ¡de desnivel! que traducidos a su ejemplo sintomático vienen a ser como dos días completos de agujetas.

Pues sí, poco a poco, sin prisa pero con pausas, fuimos tratando de tú a aquel coloso copado de antenas y otros artilugios que no me atrevo a nombrar. La principal de las pausas tuvo lugar en el corral de Milores, donde ya de buena mañana repusimos calorías en pos de lo que nos tocaría lidiar en las siguientes horas. El ataque directo a la cima estaba descartado, así que siguiendo el PR-CV 153 fuimos ganado altitud ladeando nuestro ascenso. Alguna pista, sendas, escalones, asfalto y zigzags después, nos encumbramos en la cumbre y lo dejamos todo registrado a golpe de disparo fotográfico. Lástima que la claridad del día no fuese total y tuviéramos que intuir a veces lo que nos hubiera gustado ver.

Tocaba bajar... pero bajar, bajar —nada de tonterías—, descender de aquellos 824 metros apremiados por el hambre y cautelosos por lo accidentado del terreno. Unas cuerdas ayudarían más que de sobra a que el descenso en picado no acabara malamente. Nos habíamos fijado comer donde a la mañana habíamos almorzado. Veinte minutos después... o quizá veinte sobre veinte... o quizá tres veces veinte, llegamos nuevamente a Milores y devoramos todo cuanto nos quedaba de comestible en las mochilas.

Ahora ya sólo nos quedaban otros veinte minutos —que fueron más— para llegar al punto de partida: frente a unas cervecitas en un bar de la localidad... a no, eso fue después... «veinte» minutos después.

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