En la tierra como en el cielo.

Veníamos de un cumpleaños metidos en la entraña de la tierra, en una cueva. Íbamos hacia un tercer aniversario subiditos allá en lo alto, junto a una torre vigía, cerca del cielo. Otearíamos una gran porción de costa, pasaríamos junto a una ermita de vistas encomiables. Descenderíamos por algo parecido a un pedregal y, para contemplar surgencias de agua dulce en la salada mar, llegaríamos hasta la costa. Satisfaríamos nuestra hambre, de camino, de compañía y de la otra, la calórica. Era primavera y ya parecía verano. Quiso el sol mostrarlo, y nos lo mostró: que en la tierra se puede estar como allá, en el cielo... en el que vuelan los pájaros, surcan aviones, pasan nubes y un poquito más alto si cabe, uno de los nuestros se asoma a echar un vistazo y ver que no nos cansamos, que no le traicionamos, que seguimos en la brecha, sumando los pasos que él se dejó por dar.