OLOCAU
Circular de todo el día - 12km - Dificultad media

26 de Mayo 2019



CRÓNICA



Enclave bonito el de aquél pueblo, Olocau. Había llovido los días de antes. Aunque no lo hubiera hecho, la singularidad de su entorno hubiera sido la misma. Es decir, Olocau valió la pena. Y eso que aún no habíamos comenzado.

Algarrobos grandes, muy grandes algunos. Otro, apuntalado con un muro de mampostería exprofeso para evitar que su inclinación acabara con él y con el ribazo en el que hundía sus raíces. Llegamos a lo que alguien calificó de mirador, no lo parecía demasiado, así que, ni corto ni perezoso, nuestro «mirador» particular puso su mano en forma de visera sobre su frente mirando lejos y dijo aquello de —he aquí el mirador. Comenzaba el calor, nos quitamos ropa, y el mirador pasó a ser el cambiador. Seguimos subiendo, el objetivo era un poblado íbero de difícil pronunciación... algo así como «Nauiba». De camino, mucha planta de esparto, tanta que dudé si serían íberos o más bien espartanos los vestigios en lo alto. Muy pronto nos sacarían de dudas.

El señor arqueólogo vino a la hora convenida, después de almorzados. La explicación de lo que íbamos a ver se extendió, de forma resumida, durante cuarenta minutos. No recuerdo demasiado, estaba más pendiente de las fotos... sí sé que al final, el misterio fue el protagonista último de estas explicaciones. ¿Qué debió pasar allí para que después de un incendio devastador, sin cadáveres encontrados, nadie reconstruyera nada, nadie robara nada y quedara todo intacto y sepultado durante 2000 años?... incluidas las vasijas «oculadas».

Foto de grupo para el señor arqueólogo y sus jefes; foto de grupo para el CEB y nuestros seguidores. Rumbo ahora a una cima, que encima, casi nos cuesta un disgusto. Y es que las piedras las carga el diablo y las pisa una senderista confiada que, inesperadamente, se hace una con la piedra y da, junto con ella, en el duro suelo. La piedra queda, poco más o menos, donde estaba, en cambio, el culo desciende de una posición más elevada, lo que provoca que el posterior encuentro: culo, codo, pierna, espalda y omóplato; raspando: tierra, piedra, arbusto, no sea nada deseable para nadie. El mundo del senderismo tiene estas cosas, y los arañazos el betadine. La cuestión no fue a mayores y nuestra senderista lo será aún por muchos años. Desconocemos, a día de hoy, cual será su posterior relación con las piedras en aparente equilibrio. El tiempo nos lo dirá.

Llegó la comida en lo alto de una colina, bajo unos pocos pinos y un airecito refrescante que nos amodorró a todos después del vino y alguna chuche. Tocaba ahora bajar. El descenso, aunque abrupto y resbaladizo, no ocasionó estropicio alguno de entidad, más allá del consabido resbalón sin consecuencias. Una fuente, seca. Un barranco, con agua, sin caudal. Algún bañista naturista... pero no estoy muy seguro de esto, llegué tarde; aunque algunas sonrisitas daban a entender que «algo» de alguien se había visto. Y al fin una población: Olocau. Habíamos llegado los trece, había que celebrarlo; la llegada y el estupendo debut de nuestros guías de esa jornada de senderismo íbero. Ninguna otra mejor celebración que hacerlo junto con unas cervezas, algún zumo y algún pipo. El jamón, ibérico por supuesto, lo dejaríamos para otra ocasión.

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