El Caro
Lineal de fin de semana - 22km - Dificultad media

22 y 23 de Junio 2019



CRÓNICA



Dos días de ruta, refugio, paraje singular, nueve integrantes... la pinta era buena. Hacía ya bastante tiempo que en el CEB no se realizaba una actividad de fin de semana, «afueraparte» de aquella singular con la que se empezó el año. Con cada paso que dimos se constató que realmente, el evento estaba valiendo la pena. Aquellas altivas murallas naturales, que en un principio parecían no ir con nosotros, cada vez estaban más cerca; nos dejamos atrapar por ellas. A un lado verticalidad, al otro, verticalidad, y en el centro nosotros, y un barranco, y unas piedras gigantes. Nos adentramos creyéndonos en Parque Jurásico, la película; seguimos adentrándonos y el metraje cambió, ahora éramos Indiana Jones en cualquiera de sus aventuras. Al final de aquella angostura no toparíamos con Petra, ni hubo que blandir látigo alguno, mejor una cámara para inmortalizar lo que sin ella tan solo quedaría para nuestras retinas. Aquel desfiladero lo fue de ida y vuelta, ahora tocaba salir de allí, tocaba ascender por donde parecía que no se podía, pero se pudo, y se alcanzó el cuello que daría paso a otros valles tan abruptos como el que dejábamos atrás.

Después de aquellas subidas que parecían no acabar nunca, aparecieron los primeros vestigios humanos en mucho tiempo; casitas varias, cercas de madera, más casitas y un refugio, el nuestro. Dudábamos, antes de entraren él, si sería primero la duchita reparadora o sin reparo alguno nos tomaríamos una fresca cerveza: fue lo segundo. Llegaría, después, la ducha, el reparto de literas, tertulia montañera, cena, tertulia bajo las estrellas y dulces sueños; todo lo dulces que los resoplidos, calores y... ¿sueños húmedos? pudieron propiciar... Hasta que llegó la mañana, el desayuno, rehacer mochilas, tomar el bocadillo que nos prepararon, despedida, foto grupal y en la grupa la mochila.

La segunda jornada de senderismo sería más aérea. Lo que el día de antes vimos desde abajo, ahora sería visto, y hollado, a mil cien metros de altitud, claro, desde ese balcón, las vistas también impresionaban. Paisajes cuasi pirenaicos, brumas y nubes sobre la cuenca del Ebro que te hacían sentir pájaro, ganado de reses bravas afortunadamente guardando la distancia con quienes nos habíamos adentrado en su territorio. El Macizo del Caro, con sus paredes, antenas, casetas y refugio, quedaba atrás; mientras, nosotros, alcanzábamos el collado que nos daría acceso a un descenso prolongado, intenso pero cómodo. A partir del «Coll de Carabasses» todo fue bajar, bajar y bajar, hasta que una ermita, ¿Santa Magdalena?, igual a la que nos vio partir el día anterior, ¿Santa Magdalena?, nos vio llegar.

Junto a la ermita zambullimos nuestros pies en escorrentía de agua fresca, magnífica fuentecita donde además de los pies pusimos a enfriar una botella de vino, casi tan fría como las bebidas, que por arte de birlibirloque, se hicieron presentes ante nuestros admirados rostros. El mago del lugar las extrajo de una nevera oculta todo el fin de semana en el maletero de su coche, ¡qué a gusto las bebimos!, ¡que a gusto las compartimos!, en fin, las cosas que pasan en una ruta de dos días... ¿Cuándo la de tres?

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