ALMENARA
Circular de medio día - 11km - Dificultad baja
24 de Septiembre 2017
CRÓNICA
Bueno, pues ya está; como se suele decir en algún argot deportivo, no sé cual: la bola echó a rodar. Y lo hizo en una Almenara en fiestas que nos varió el lugar previsto para aparcar los coches. De no haber variado, escogiendo las proximidades de una gasolinera, nos hubiéramos empotrado en alguna de las carpas con aspecto gastronómico-festivo que desde lo alto del castillo se apreciaban… Pero, como también se suele decir, y esta vez en algunas películas: no adelantemos acontecimientos.
Aconteció que llegamos un poco después de lo previsto, y que comenzamos un poco más lento de lo habitual; ya se sabe, era la primera marcha tras un largo parón y comenzar a medio gas es lo típico en nuestra asociación de senderistas, que dicho sea de paso, ese día estrenaba dos. También se estrenaba localidad, pues en Almenara, en su castillo, en sus estanques, nunca habíamos estado.
Comenzamos subiendo en pos de la primera almena, la más a nuestro alcance, la más deteriorada por el tiempo, donde un señor cazador de conejos «a garrote», con sus serviciales perros ¿conejeros? nos saludó declarándose, para nuestro alivio, desarmado … si no contamos su garrota, claro. Así pues, tranquilos por no estar en el punto de mira de ningún arma de fuego, continuamos hacia el recinto mayor de la fortificación, también en ruinas; lo tomamos sin derramamiento alguno de sangre, sí con algo de sudor. Y ya puestos, nos fuimos a por la segunda almena de la jornada: —¿Y esto qué es? Preguntó alguien, —Una torre. Contestó una docta voz… está claro que nos hace falta un asesor cultural a la hora de este tipo de visitas… ¿Algún colaborativo historiador por ahí, amiguitos?
De la senda de descenso lo más notorio «afuera parte» de lo destartalada de la misma en algún tramo, fue, ya próximos a la primera toma de contacto con la antigua N-340 que cruzaba Almenara, ese pestilente aroma a deposición canina recién depuesta. La conclusión fue sencilla: aquel tramo era una cagada de senda, aunque nos llevara a donde queríamos; ¿A la mierda? ¡No!, al borde de la Antigua nacional 340.
El primero de la tropa, y el último, se pertrechan de fosfóricos atuendos para la ocasión. Los autos nos verán… Esperemos. En casi rigurosa fila de a uno —fila india, apostillaron para matizar y evitar confusión— nos dirigimos en dirección a la playa de Almenara, aunque al poco, nos desviamos para sortear la autopista por debajo, atravesando para ello un cuadrado túnel de hormigón prefabricado. Atrás quedaron, N-340 (la antigua y la nueva), vía del tren y la otra vía, la de autos.
Diferentes caminos de huertos se manifestaron, diferentes grados de hambre también; apretamos paso y pasamos entre cañaverales salpicados de mosquitos; entre uno de los estanques y otro; entre unos pescadores y otros; entre un graznido de pato puede que real y alguno simulado… Y se hizo la luz de los bocadillos sobre las mesas hormigonadas del lugar, mesas de asientos igual de estáticos —aunque alguno intentara «correrlo un poco más pallá»—… Los que si se afanaron fueron los que necesitaban su dosis de cafeína matinal en pos del bar del lugar. Eran las once, y a esa hora, retomamos marcha dejando atrás graznidos, pescadores, hormigones y cafetería…
Así, de corrido, creo recordar: subibaja entre pinos, senda PR horriblemente trazada, depósito de agua nuevo, gran balsa de riego vieja, y más carretera (nuevamente «enchalecados», primero y último, y sí, en fila india o de a uno), paso de cebra y… ¡ya estamos nuevamente en la urbe de Almenara! Pista que sube, entre el castillo y la localidad, foto de grupo y, ahora sí, como se suele decir: «Sansacabó».
… ¡Cómo, un senderista sin mochila, sin comida, sin agua?... ¡Qué decís! ¡imposible tamaño disparate!, lo habréis soñado… o no… ¡Prefiero no recordar!