Nos fuimos a Lucena, de la mano del Centre Excursionista de Vila-Real, y dimos una vuelta por las ruinas de lo que en su día debió ser hervidero de vida, trabajo y cosechas. Hoy, lo dicho, ruinas con más o menos encanto —si es que lo ruinoso lo tiene— y algún intento de reconstrucción o apuntalamiento de lo dejado allí por el hombre tras la fam, guerra, guerrilla, industrialización del llano y otros avatares que despoblaron aquellos caseríos.

Ayer, trabajo en las masías, hoy, los que han trabajado, han sido aquellos que, desbrozando y talando —Amics de camins de ferradura de Llucena—, devuelven a estos despoblados, al menos, la posibilidad de volver a ser transitados por los que hacemos de la montaña algo muy distinto de lo que hicieron de ella aquellos admirables masovers.

La ruta escogida por los de Villareal, en el argot ciclístico, se hubiera calificado de "etapa rompe piernas". Subida y bajada se conjugaron una y otra vez hasta acabar con la entereza de algunas... algunas piernas, quiero decir; las mías, entre ellas. Este recorrido «masiero», un tanto acelerado, se culminó antes de lo previsto, lo que facilitó el buscar, para comer, una buena mesa a cubierto. En el hotel rural El Prat, conseguimos mesa, ensalada, cervezas y resguardo.

No es que hiciera frío ese día, se temió más al viento de componente norte, pero, ni por esas. Al final, la manga corta, fue la prenda de uso más extendida entre los que allí nos dimos cita. Ni si quiera en la zona alta, similar a un altiplano, donde más exposición al viento hubo, hizo falta taparse. Más bien, en sentido figurado, descubrirse ante el próximo Peñagolosa y las vistas que de él y su entorno allí se pudieron contemplar.

Y así fue que pasó el día, entre desconocidos que, poco a poco, dejarán de serlo a medida que coincidamos en esta buena idea que son las inter comarcales y que nos reúnen a diferentes asociaciones de la provincia que estamos por lo mismo, por la montaña. En nuestro caso, y por el momento, por una versión lúdica de ésta...